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Alex Salebe “Regalemos conciencia”

Este fin de semana, la tranquilidad del hogar se transformó en alegría cuando mi hijo llegó por sorpresa desde Madrid para compartir unos días con nosotros. Como siempre, sus visitas traen conversaciones sobre su vida universitaria, su pasión por el fútbol y temas familiares, pero esta vez hubo algo diferente. Nos compartió la historia que lo tenía especialmente conmovido: la realidad de un joven marroquí de su misma edad que, tras llegar a España escondido en un camión, ahora sobrevive durmiendo en las calles de Madrid, enfrentando temperaturas gélidas.

El relato de mi hijo nos dejó impactados. Este joven inmigrante, con toda una vida por delante, vive en la intemperie, soportando no solo el frío sino también la indiferencia social. “No sé cómo puede dormir en la calle con el frío que está haciendo en Madrid”, nos dijo, visiblemente afectado. Afortunadamente, algunos de sus amigos, conscientes de esta dura realidad, le ofrecen ocasionalmente un techo, comida y algo de alivio. Para este joven, gestos tan simples se convierten en auténticos privilegios.

Esta historia no es un caso aislado; es un reflejo de miles de vidas invisibles que sobreviven al margen de la sociedad. Y, aunque solemos olvidarlas durante gran parte del año, reaparecen en nuestras conciencias cuando se encienden las luces de Navidad y aflora un espíritu solidario pasajero, alimentado por mensajes que prometen ilusión y alegría. Pero, ¿qué pasa cuando se apagan esas luces y la rutina retoma su curso? ¿Qué queda de esa supuesta solidaridad?

Lo que mi hijo nos relató no es solo una historia de calle, sino una lección de humanidad. Su contacto cercano con esta realidad le ha permitido reconocer que la verdadera solidaridad no es estacional; es constante. Mientras algunos jóvenes, como sus amigos, dan ejemplo ofreciendo su ayuda, la mayoría de nosotros permanecemos ajenos, atrapados en un consumismo que pretende llenar vacíos con regalos y celebraciones vacuas.

Sin embargo, esta reflexión personal también me lleva a una indignación más amplia, especialmente al recordar que el 20 de noviembre fue el Día Mundial de la Infancia. Una fecha que, paradójicamente, se conmemoró mientras la Corte Penal Internacional emitía una orden de arresto contra el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, por crímenes de guerra y violaciones de derechos humanos en Gaza.

Netanyahu, junto a otros líderes de su gobierno, ha sido señalado por actos atroces, como hacer morir de hambre a civiles, dirigir ataques deliberados contra la población y cometer crímenes de lesa humanidad. Más de 42.000 personas han perdido la vida en Gaza, la mayoría niños, niñas y mujeres. A pesar de estas escalofriantes cifras, el mundo parece mantenerse indiferente. ¿Cómo es posible que líderes responsables de genocidios se burlen abiertamente de la justicia internacional?

Este panorama de impunidad global coincide con las sombrías advertencias de Naciones Unidas sobre el futuro de la infancia. Según un reciente informe, los niños del 2050 enfrentarán un mundo devastado por tres “mega tendencias”: la crisis climática, el cambio demográfico y las desigualdades tecnológicas. La ciencia predice que para mediados de este siglo, los niños estarán expuestos a fenómenos extremos, como olas de calor ocho veces más intensas que las actuales, inundaciones devastadoras y un aumento significativo en incendios forestales.

Además, la brecha digital seguirá marcando una profunda desigualdad. Mientras que en los países de renta alta más del 95% de la población tendrá acceso a internet, en los países de renta baja esta cifra apenas alcanzará el 26%. Estas desigualdades limitarán el desarrollo educativo y laboral de millones de jóvenes, perpetuando ciclos de pobreza y exclusión.

Frente a este futuro, la pregunta es inevitable: ¿qué estamos haciendo hoy para cambiar esta realidad? Historias como la del joven inmigrante en Madrid nos recuerdan que las pequeñas acciones individuales pueden marcar una gran diferencia. Sin embargo, es necesario que los gobiernos y las instituciones internacionales asuman su responsabilidad, demostrando un compromiso real con los derechos humanos, la justicia y la igualdad.

El presente ya nos da señales claras de lo que nos espera si no actuamos. La solidaridad no puede ser un adorno navideño; debe ser una práctica constante. Regalar conciencia y empatía, aunque no aparezca en los catálogos del Black Friday, es el mejor legado que podemos ofrecer a las generaciones futuras.

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